30 de agosto de 2015

Historia: Cariño a la Mexicana

Me encontraba yo en el tercer ciclo de la universidad, aun me preocupaba mi futuro, no quería ser uno más del montón, donde abandonaba la carrera a mitades de ciclo. Un día me negué a participar como estudiante de intercambio. No quería dejar mi país, me sentía y me siento muy cómodo aquí, además, no podía irme sin antes haber cumplido mis sueños dentro del lugar donde nací.  Por distintas razones me comprometí a guiar a un grupo de estudiantes que recientemente habían llegado de otros países, o sea, un grupo de estudiantes de intercambio, un grupo de estudiantes delante de mí. Todos ellos con una forma distinta de hablar, todos con una distinta manera de pensar. Felizmente pudieron entenderme lo que trataba yo de explicar, bueno, la verdad nunca supe si en realidad me escucharon. No estaba solo, tenía a unos cuantos compañeros que me ayudaban con las supuestas habladurías. Después de un largo recorrido, que más bien parecía nunca terminar, explicando cada lugar del campus, decidí retirarme. Y no podía seguir explicando cada pasillo, cada rincón y cada mural que veíamos. Me oculte en el baño más cercano que había en uno de los pasillos, cerré la puerta y puse el seguro. Me sentía a salvo, aquí nadie podía molestarme. Me acerque al espejo, pude notar mi rostro cansado y mi garganta sedienta. Enjuague mis manos y moje mi rostro, nunca me había sentido tan fresco. Después de unos diez minutos, creí no poder encontrar a nadie fuera del baño, pero fue todo lo contrario. Al abrir la puerta cautelosamente, encontré a una estudiante, estaba parada observando un panel estudiantil. El pasillo estaba casi vacío, trate de pegarme a una de las paredes para no ser visto, y cuando creía estar a salvo por completo, inmediatamente esta estudiante voltio a verme. Me detuve, le sonreí intencionalmente, ella también sonrió y se acercó rápidamente. Me pregunto dónde estaban todos los demás del grupo, con muchas ganas de irme, decidí mentirle cruelmente, le mentí para poder retirarme de la universidad y estar en mi casa. Le dije que subiera dos pisos más y que volteara a la derecha. Muy ingenua, ella me creyó. Días más adelante nos volvimos a encontrar. Ella me encontró sentado en la cafetería disfrutando de mi delicioso pastelito de chocolate. Pensé que me iba a regañar por haberle mentido aquel día, tuve que hacerlo, no había otra forma de irme tranquilo, pero fue todo lo contrario. Ella me acompaño aquella tarde por un regular tiempo. Al comienzo trate de irme para no hacer conversaciones largas, por una parte también me estaba aburriendo. No sabía cómo decirle que ya no quería seguir escuchando sus anécdotas sucedidas  en su anterior universidad. Le tuve que decir que tenía una clase dentro de un rato y que no podía llegar tarde. Muy ingenua, otra vez me creyó. Un día me encontraba saliendo de noche de la universidad, casi nunca me quedaba hasta esa hora. Era mi cumpleaños, nunca me gustaba decir el día de mi cumpleaños, razones mías para no ser saludado ni felicitado. Me dirigía al paradero y es ahí donde la volví a ver. Iniciamos una pequeña conversación, de la cual termino siendo una muy larga. Fue en ese instante que terminamos siendo buenos amigos. Entre risas y unas botellas de Coca-Cola, me había contado cosas interesantes y graciosas dentro de México, el país donde ella vivía. Lastimosamente no entendía mis jergas y yo ni siquiera las de ella, como no olvidar sus frases como: ¡Ay wey! ¡Esas son pendejadas! “Hay que estar bien mamado para poder aguantar a un padre como el tuyo”. Me hubiera gustado conocerla mucho más. Me gustaba el acento el acento que ella usaba para hablar. Yo pensaba que todos los ciudadanos de México eran mariachis, luchadores o quizás extorsionadores o narcotraficantes. Ella me demostró todo lo contrario, me dijo que los problemas no se solucionan como en las novelas, que no toda la comida es picante, que nunca creyera en las cosas que decían los Mayas sobre el fin del mundo, que los milagros de la virgen de Guadalupe no siempre ocurrían. Sabía que un día ella tenía que regresar, sabía que tenía que volver a su país para nunca más volver. La acompañe hasta el aeropuerto, aun no sé cómo me convenció, estuve muy temprano, esperando tu partida. No era la única, ella se iba con unos cuantos amigos que nunca llegue a conocer bien. Yo quería que se quedara más tiempo, pero no sabía que decir en ese momento. Quería mentirle de nuevo, intente mentirle de nuevo. Le dije que quizás podía ir a México dentro de unos años para poder visitarte. En sus ojos pude notar que no me creía nadita de lo anterior prometido, no era tan ingenua después de todo. Ella espero a que todos sus amigos avanzaran hasta la puerta, aquella puerta donde yo ya no podía pasar, quería que yo dijera o hiciera algo, que dijera unas últimas palabras. Ambos sabíamos que nunca más nos volveríamos a ver, nunca dije nada, quizás me arrepiente después. La abrase fuertemente, y en eso, ella me dijo: “¿Te volveré a ver?”, y yo respondí: “Claro que sí, pero no en este mundo” Ella se fue sin dar más palabras.

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