Me encontraba yo en el tercer ciclo de la universidad, aun
me preocupaba mi futuro, no quería ser uno más del montón, donde abandonaba la
carrera a mitades de ciclo. Un día me negué a participar como estudiante de
intercambio. No quería dejar mi país, me sentía y me siento muy cómodo aquí, además,
no podía irme sin antes haber cumplido mis sueños dentro del lugar donde nací. Por distintas razones me comprometí a guiar a
un grupo de estudiantes que recientemente habían llegado de otros países, o
sea, un grupo de estudiantes de intercambio, un grupo de estudiantes delante de
mí. Todos ellos con una forma distinta de hablar, todos con una distinta manera
de pensar. Felizmente pudieron entenderme lo que trataba yo de explicar, bueno,
la verdad nunca supe si en realidad me escucharon. No estaba solo, tenía a unos
cuantos compañeros que me ayudaban con las supuestas habladurías. Después de un
largo recorrido, que más bien parecía nunca terminar, explicando cada lugar del
campus, decidí retirarme. Y no podía seguir explicando cada pasillo, cada rincón
y cada mural que veíamos. Me oculte en el baño más cercano que había en uno de
los pasillos, cerré la puerta y puse el seguro. Me sentía a salvo, aquí nadie podía
molestarme. Me acerque al espejo, pude notar mi rostro cansado y mi garganta
sedienta. Enjuague mis manos y moje mi rostro, nunca me había sentido tan
fresco. Después de unos diez minutos, creí no poder encontrar a nadie fuera del
baño, pero fue todo lo contrario. Al abrir la puerta cautelosamente, encontré a
una estudiante, estaba parada observando un panel estudiantil. El pasillo
estaba casi vacío, trate de pegarme a una de las paredes para no ser visto, y
cuando creía estar a salvo por completo, inmediatamente esta estudiante voltio
a verme. Me detuve, le sonreí intencionalmente, ella también sonrió y se acercó
rápidamente. Me pregunto dónde estaban todos los demás del grupo, con muchas
ganas de irme, decidí mentirle cruelmente, le mentí para poder retirarme de la universidad
y estar en mi casa. Le dije que subiera dos pisos más y que volteara a la
derecha. Muy ingenua, ella me creyó. Días más adelante nos volvimos a encontrar.
Ella me encontró sentado en la cafetería disfrutando de mi delicioso pastelito de
chocolate. Pensé que me iba a regañar por haberle mentido aquel día, tuve que
hacerlo, no había otra forma de irme tranquilo, pero fue todo lo contrario.
Ella me acompaño aquella tarde por un regular tiempo. Al comienzo trate de irme
para no hacer conversaciones largas, por una parte también me estaba
aburriendo. No sabía cómo decirle que ya no quería seguir escuchando sus anécdotas
sucedidas en su anterior universidad. Le
tuve que decir que tenía una clase dentro de un rato y que no podía llegar
tarde. Muy ingenua, otra vez me creyó. Un día me encontraba saliendo de noche
de la universidad, casi nunca me quedaba hasta esa hora. Era mi cumpleaños,
nunca me gustaba decir el día de mi cumpleaños, razones mías para no ser
saludado ni felicitado. Me dirigía al paradero y es ahí donde la volví a ver.
Iniciamos una pequeña conversación, de la cual termino siendo una muy larga.
Fue en ese instante que terminamos siendo buenos amigos. Entre risas y unas
botellas de Coca-Cola, me había contado cosas interesantes y graciosas dentro
de México, el país donde ella vivía. Lastimosamente no entendía mis jergas y yo
ni siquiera las de ella, como no olvidar sus frases como: ¡Ay wey! ¡Esas son
pendejadas! “Hay que estar bien mamado para poder aguantar a un padre como el
tuyo”. Me hubiera gustado conocerla mucho más. Me gustaba el acento el acento
que ella usaba para hablar. Yo pensaba que todos los ciudadanos de México eran
mariachis, luchadores o quizás extorsionadores o narcotraficantes. Ella me demostró
todo lo contrario, me dijo que los problemas no se solucionan como en las
novelas, que no toda la comida es picante, que nunca creyera en las cosas que decían
los Mayas sobre el fin del mundo, que los milagros de la virgen de Guadalupe no
siempre ocurrían. Sabía que un día ella tenía que regresar, sabía que tenía que
volver a su país para nunca más volver. La acompañe hasta el aeropuerto, aun no
sé cómo me convenció, estuve muy temprano, esperando tu partida. No era la única,
ella se iba con unos cuantos amigos que nunca llegue a conocer bien. Yo quería que
se quedara más tiempo, pero no sabía que decir en ese momento. Quería mentirle de
nuevo, intente mentirle de nuevo. Le dije que quizás podía ir a México dentro
de unos años para poder visitarte. En sus ojos pude notar que no me creía nadita
de lo anterior prometido, no era tan ingenua después de todo. Ella espero a que
todos sus amigos avanzaran hasta la puerta, aquella puerta donde yo ya no podía
pasar, quería que yo dijera o hiciera algo, que dijera unas últimas palabras. Ambos
sabíamos que nunca más nos volveríamos a ver, nunca dije nada, quizás me arrepiente
después. La abrase fuertemente, y en eso, ella me dijo: “¿Te volveré a ver?”, y
yo respondí: “Claro que sí, pero no en este mundo” Ella se fue sin dar más
palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión me importa muchísimo.